La obra máxima

Antonio llevaba días sin dormir, y no lo haría hasta que concibiera la obra máxima, aquella que no sólo fuera merecedora de premios internacionales, sino que además se posicionara en el pináculo de las obras inmortales.
En cinco días no había invertido su tiempo en otra cosa que pensar, repensar, imaginar, y ocasionalmente intoxicarse, para ayudarse un poco. Pero nada, ni una buena idea, o no lo suficientemente buena para escribir la obra maestra de la literatura universal.
Cuando estaba a punto del suicidio, imaginó un pueblo, no como Comala ni como Macondo, sino como ambos, donde una mujer, o mejor dicho dos, tuvieran el control del pueblo entero.
Por fin. Lo había conseguido. Ahora sólo era cuestión de ponerse a escribir. Pero antes, debía orinar, para que nada lo interrumpiera. Así, con la cabeza revuelta en la trama y los personajes entró al baño y comenzó a orinar. Las ideas fluían de forma increíble y toda la obra se compactaba en su cerebro, dispuesta a ser plasmada en papel, y estaba tan cerca de ello, una vez que acabara de orinar, la obra estaría concebida. En esos pensamientos deambulaba cuando giró su cabeza para evitar los vapores de amoniaco que expelía él mismo, y una vez que terminó, subió de golpe el zipper para no perder más tiempo, sin embargo, fue tan rápido el movimiento que se le olvidó acomodarse el pene y lo que sientió fue un dolor punzante, acompañado de una fría oscuridad.

Cuando despertó, el dolor del bajovientre era tan fuerte que se le salían las lágrimas. Tardó en reconocer el lugar, era su antigua recámara, en casa de sus padres. Una vecina los habia llamado al ver que Antonio se había castrado, guíada por el grito infernal.
No importaba, pensó, finalmente había triunfado, había concebido la obra máxima, sólo era cuestión de pedir que le trajeran papel y lápiz.
Así lo iba a hacer cuando se dió cuenta que estaba atado a la cama de pies y manos. En ese momento, al percatarse que había despertado, entraron un médico y sus padres. Su padre se limitó a mover la cabeza al verlo tratar de librarse de sus amarras, su madre soltó el llanto inconmesurable de una madre afligida, mientras el médico sacó una jeringa que le aplicó a Antonio en el brazo.
Antes de volver a perder el conocimiento, Antonio escuchó al médico decir que no debían esperar más, que ese tipo de eventos de mutilación eran grados extremos de psicopatías muy peligrosas, que si no lo internaban, no sólo se iba a seguir haciendo daño, sino que podría lastimar a alguien más.
Mientras sus ojos se nublaban, Antonio vio a su madre abrazar sollozando a su padre, y a su padre, alcanzó a verlo asentir.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me relato, si acaso me pareció que el final se podía redondear más, pero no me hagas mucho caso, son vicios de escritor.

Un saludo.

Anónimo dijo...

Quise decir: Buen relato

Mefisto dijo...

Gracias, compadre. Voy a pensarle un poco más y veré cómo lo redondeo.