Danzón dedicado al arrepentimiento, y las culpas que lo acompañan

Pocas veces me he arrepentido de algo que he hecho, principalmente porque considero que esa sensación de arrepentimiento no lo es realmente, sino que camufla un sentimiento de culpa. El acto cometido pudo estar enmarcado de diversas circunstancias que podrían justificar su ejecución, sin embargo, podría afirmar que en todas ellas siempre tuve la oportunidad de decidir llevarla a cabo o no. Por ende, fue un acto realizado con cierta carga de conciencia.
Esa es la principal razón por la cual no me arrepiento de muchos de mis actos, buenos o malos. No porque no sienta remordimiento ni culpa, sino porque no pueden ser modificados en lo sustancial porque ya fueron ejecutados y muchos de ellos finiquitados.
Sin embargo el sentimiento no cesa con sólo no arrepentirse, se torna en hidras de varias cabezas con su respectivas rameras montándolas, lo cual es más atrayente que la culpa misma. Porque la culpa es un sentimiento atrayente que invita a desprenderse de sí mismo volcando sentimientos de conmiseración a diestra y siniestra.
Sentir miseria por un acto cometido siempre me ha atraído, no por el sentimiento que pueda despertar en aquellos cercanos a mí, sino por ese extraño sentimiento de poder hacer lo que me plazca aunque sea un acto impío. Es decir, no es la culpa lo que me encanta, sino el hecho de perpetrar algo de lo cual podría arrepentirme o sentir culpa.
Sí, suena enfermo, pero suena a mí.
Esta enfermiza reflexión surge porque después de un año sigo padeciendo las concecuencias de constatar las palabras de Byron: "el amor eterno dura tres meses".
Si bien no es el amor lo que me tiene en estos menesteres, sino mis actos mismos, quiero compartir las culpas con ese sentimiento que ahora me es más desgraciado que cualquier otro.
Finalizo estas elucubraciones compartiendo un poema de Eduardo Lizalde:

Amor

Aman los puercos.
No puede haber más excelente prueba
de que el amor
no es cosa tan extraordinaria.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

O como diría Sabina: con ella descubrí que hay amores eternos, que duran lo que dura un corto invierno.

Saludos.