trabajás... te cansás... ¿qué ganás?...

Una de las desventajas de tener vicios ociosos como comer todos los días es que debes procurarlos de alguna forma. Y aunque he intentado vivir de prestado, lo cierto es que los cuates y la familia comienzan a excusarse argumentando que no pueden mantenerme de por vida. Por ello es que a veces procuro trabajar, aunque soy partidario ferviente de la filosofía de Cantinflas expresada en Ahí está el detalle: "Eso de comer con el sudor de la frente es una cochinada".
Los seres humanos no estamos hechos para trabajar sino para sacarnos pelusa del ombligo y retozar desnudos en el Paraíso, para ver las formas de las nubes en el cielo haciendo como que no hacemos nada, recorrer la jaula, perdón, el Paraíso (recordemos que tenia límites, es decir, no había tanta libertad después de todo) una y otra vez y saciar el apetito con sólo estirar la mano. Para eso es que realmente fuimos creados por Dios, para no hacer nada. Eso de trabajar es un castigo sentenciado en el Génesis por Dios, por haber sido tan imbéciles de comer la fruta del conocimiento y dejar de ser las mansas creaciones divinas.
Y he aquí el punto nodal, Dios nos castiga con el trabajo a los hombres por ser el mandilón que se deja influenciar por su trenzuda, y a la mujer le otorga la menstruación y los dolores de parto por haber sido el artífice del primer pecado, del pecado original: pensar.
Este cuento chino, perdón, hebreo, surtió efecto en las sociedades medioevales y permeó en las conciencias occidentales a grados superlativos, para que la gente dejara de cuestionar o cuestionara poco, o en secreto, y aceptara que pensar es pecado, o por lo menos es malo, y cuestionar a las autoridades es sinónimo de castigo, y si se llegara a cometer la idiotez de cuestionar a los príncipes de la Iglesia o al mesmísimo Él, pos el castigo era la muerte.
No sólo el fuego purifica, el trabajo también, como lo afirmara Tomás de Aquino. El trabajo es el que purga pecados veniales, es la penitencia y la solución a satisfactores.
Cuando se trabaja no sólo se está buscando la remuneración monetaria, realmente se está pagando la condena original, de la que nunca nos libraremos porque pensar (y el suicidio), el lo único que no perdona Él.

deus de deo

Una de las cuestiones que siempre me he imaginado resolver es la que refiere a Dios. Claro está que ni en muchas vidas podría resolver tales misterios, pero un sueño guajiro nunca está de más.
Miguel de Unamuno escribió: "Dice el Génesis que Dios creo el Hombre a su imagen y semejanza. Es decir, que le creó espejo para verse en él, para conocerse, para crearse."
Esta afirmación judeocristiana de que somos a "imagen y semejanza" es una de mis favoritas odas a la soberbia, pues no sólo nos comparamos con una figura divina, sino que somos en algún sentido Él mismo.
Imagino a Dios elucubrando y jugando con la arena recién creada, jugando a ser él mismo, a representarse para no seguir solo, o sólo para jugar. Como el viejo que procura a la mascota no sólo por amor, sino para no estar solo, para demostrar su paternidad; y ese viejo reprendiendo al animal, diciéndole que no debe hacer tal o cual cosa porque está mal, y el animal verá al viejo, tratando de comprender qué carajo serán esos sonidos incomprensibles del viejo, no comprendiendo que hizo "mal" en obedecer su instinto.
Y sí, considero que de ser cierto ese cuento del juego con arena y el soplo y la costilla, y el arbol, y la ciencia y el destierro, no somos más que las mascotas de ese Dios. Unas mascotas que no comprendemos que Dios es igual de imbécil que su obra (por lo menos es lo que afirmamos al compararnos con Él), y que nos negamos a comprender que el arcoiris no es una alianza sino la señal de supeditación que nos envuelve, y que el libre albedrío no es más que la lupa en el lomo de la hormiga (si no pregúntenle a Job), que todo es un juego de un Dios caprichoso, que mata por placer (de ambos, es decir, el placer del humano es malo, por eso debe ser exterminado, y el placer de matar, de redimir), si no pregúntenle a las estatuas de sal, que inventa formas histriónicas para comunicarse, no dando la cara, negándose a reconocerse en sí.
No hay libre albedrío en las religiones judeocristianas, es un cuento chino.
Al César lo que es del César, y aDios que te vaya bien.